martes, 2 de julio de 2013

Goma de mascar

Este aprendizaje me ha costado días enteros de buscar mis pedazos. Me estoy reconstruyendo. Soy como un cúmulo de bloques de Jenga: mal acomodados, quebradizos, escandalosos al caer.

A veces me da la impresión de que, en realidad, no he aprendido nada. No conozco nada. Nada es asequible, ni yo misma, ni mi alma.

Esos seres vivientes que transitan a mi alrededor me recuerdan que yo también sigo viva, porque todo lo que traigo dentro me sacude y me lleva, como un tsunami, a la sinrazón.

Al principio, suplicaba entendimiento y empatía. Ahora ya no me importa si lo tengo. La mayoría del tiempo es como si me hubiera copiado con papel calca: una reproducción imprecisa de mí misma que sustituyó a una original, o quizá a otra copia, no tan deficiente como esta.

Me miro y luego me tomo una foto. Justo antes de tomarla, me veo de una manera, luego me aprecio en la imagen congelada y ya no reconozco quién es.

¿Quién soy? Me pregunto a diario para intentar recordarlo. ¿Cuál es el espacio que ocupo cuando me muevo, cuando me quedo estática?

Aparentemente soy inocua, pero al final y en el fondo soy más bien nociva. Como una bomba: últimamente tengo la sensación de que voy a explotar.

Digan lo que digan, las bombas no le hacen bien a nadie. Ni las bombas de goma de mascar: uno las compra, las mastica y luego se entretiene solo o con amigos haciendo bombas, con mayor volumen cada vez. A mayor volumen, mayor probabilidad de que exploten. Cuando esto sucede y la bomba adquiere dimensiones insospechadas, la diversión se compromete: uno se embarra el pelo y la piel del rostro queda pegajosa. La primera vez, uno se ríe. La segunda, se sonríe apenado y, para la tercera, los dedos ya también tienen melcocha y la goma ya no sabe a nada; la mandíbula duele por tanto mascar. Uno termina sacándose el dulce de la boca y tirándolo a la basura.

Una amiga me dijo que la gente rechaza lo que desconoce. Yo añadiría que, además, lo escupe para sacarlo del sistema, justo como cuando uno ya no quiere el chicle.

1 comentarios:

sanelia collins dijo...

Jajajaja cierto.. Aveces uno tiene la mandíbula ya adolorida. Eso me pasaba de pequeña. Menos más que ya no me gustan los dulces.