domingo, 8 de diciembre de 2013

Trigémino o el peor dolor de mi vida

De pronto, me duele un nervio cuya función no me queda clara, aunque por la medida del dolor, ahora sé que es importante. Se llama trigémino. ¿De qué se trata? Ni entendí bien. Mi organismo estaba tan aturdido desde los dientes hasta la frente, que no digerí bien la explicación que me dio la dentista. Tampoco la que, horas después, me dio la doctora. Solo sé que desembolsé muchísimo dinero en la farmacia porque la medicina para relajar la articulación maxilotemporal es proporcionalmente cara al dolor que provoca, y que por supuesto, aunque uno no sea millonario, está dispuesto a pagar el precio que sea por un extintor que apague las quemaduras que provoca ese cable que, de buenas a primeras, se ha convertido en el  protagonista del organismo.

Aunque el alivio llega, la cara está paralizada por tanto sufrimiento. Los ojos están hinchados, no solo porque el nervio alcanza la cara, sino porque en la madrugada, mientras me retorcía como renacuajo, experimenté un ataque de pánico. Con razón le llaman el dolor del suicidio. Me tomé tantas medicinas para calmarlo que es un milagro que no me hayan tenido que internar en el hospital para lavarme el estómago. Mi hermano me decía que no llorara, porque con el llanto la mandíbula se tensa y el dolor aumenta. Todo lo escuchaba lejano. Solo sentía las vibraciones, el ardor, el miedo de morirme de dolor. No exagero. Otras veces sí, pero esta vez no. Sentí que me moriría de dolor. Sentí luego que me moriría de una sobredosis de medicamento. Luego lloré. El llanto calmaba el dolor y luego lo exponenciaba.
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Seis de la mañana. Mi mamá despierta. Mi hermano durmió dos horas. Yo dormida. Me venció el cansancio, pero aún dormida sentía dolor. Soñaba dolor. Al fin, mi mamá me dio un ketorolaco sublingual cuando pasó tiempo suficiente para pensar que podía tomarme otra cosa. No sé si exagero al decir que agonicé (ahora sí, no lo sé). Incluso mi perra se sentó a mi lado, me enjugó las lágrimas con la lengua. Me cuidó.

Estoy escribiendo esta entrada con una mezcla de sueño y dopaje. Las medicinas son tan fuertes que me provocan sueño todo el tiempo. Al menos si duermo, no me duele. Las inyecciones también me paralizan de dolor. Es complejo B, para reforzar al nervio, pero para alguien que no se enferma (bueno, después de este año ya no sé si puedo seguir diciendo eso) estas experiencias son nuevas.

Para colmo, los medicamentos me han provocado gastritis. Así que hay que tomar oootro medicamento para la gastritis. Eso y té. Té, té y más té. Y homeopatía. Y lo que sea para que el trigémino deje de manifestarse. Quiero paz. Negociemos. ¿Qué necesitas? ¿Aumento de sueldo? ¿De complejo B? Comunícate, pero no con más dolor, con señales positivas. Por favor, comunícate.

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